Soy
la doctora Carballo,
Después
de más de cuarenta años de entrega en primera línea de combate,
hoy me toca estar unas cuantas filas detrás, en la resistencia.
Ahora estoy escribiendo, pero no siempre puedo hacerlo, sólo escribo
en esos momentos que la lucidez me lo permite. Me gustaría
manifestar que estoy un poco enfadada con la situación actual. No
puedo ver a mi hijo ni a mis nietos desde hace casi un mes. Antes,
los veía al menos una vez a la semana. Para colmo, a diario veo
como compañeros a los que aprecio mucho y con los que convivo
diariamente están enfermando y muchos se van para no volver, quiero
pensar que los han trasladado a otro hospital.
Ayer
se marchó Paco, con él solía compartir el café con galletas de
las 17:30. A Paco lo trajo a este hospital su hija, él estaba
perfectamente de salud, bueno, casi perfectamente, había sido
fumador y ahora le sobraban algunos kilos. El motivo de su llegada
fue la falta de tiempo de su hija para atenderlo y es que Paco
necesitaba que alguien le hiciera las tareas de casa y le ayudase a
ponerse los zapatos cada mañana.
Hace
una semana, fue Catalina la que nos dejó, ella no andaba y
necesitaba usar una silla de ruedas, llegó hace un año, unos meses
después de partirse la cadera. Tras su operación, estaba
completamente recuperada físicamente, pero la caída le había roto
algo más que la cadera... Había abierto las puertas de par en par a
una demencia senil que ya había asomado previamente. Con nosotros
apenas hablaba, pero cuando entendía las conversaciones, sonreía.
Podría
seguir nombrando a los compañeros que se han marchado pero creo que
es suficiente con esta muestra.
Afortunadamente
algo cada día nos anima y nos ayuda a seguir adelante, a la misma
hora, un artista interpreta una canción que me recuerda que hace no
mucho fui feliz y joven durante veinticuatro horas. Justo después de
esa canción, viene una ovación atronadora, yo diría que más gente
fuera de aquí la escucha y la disfruta tanto como nosotros porque
juraría que toda la ciudad aplaude al unísono.
Una
visita excepcional también nos ha alegrado y distraído de nuestras
preocupaciones, han estado aquí militares… Parecían disfrazados,
no llevaban el típico uniforme de camuflaje y han dejado todo
impecable, antes de marcharse nos han hecho un gran saludo en el
patio para nuestro deleite.
Siento
mucha impotencia, pues creo escuchar que se necesitan médicos y yo
no puedo hacer nada. En las primeras líneas no me equivoqué al
decir que me encuentro en la resistencia, pero debo aclarar que me
referí a la residencia, donde he pasado los últimos dos años, como
consecuencia de mi viudez y de un Alzheimer galopante, que
afortunadamente me deja escribir pequeños textos a mis seres
queridos pues aún me encuentro en una etapa temprana.
Parece
que mis compañeros médicos se están enfrentando a algo nunca antes
visto, arriesgando sus vidas y lo que es más preocupante,
arriesgando la de los familiares con los que conviven. Cuando uno
elige ser médico lo único que le importa es ayudar a los demás,
espero que tengan los medios suficientes para protegerse a sí mismos
y poder seguir salvando a más y más gente. Por muy formados que
estén, en la Universidad no enseñan a cargar con el dolor de haber
sido vehículos de transmisión y enviar a nuestros seres más
queridos a ese lugar tan desconocido por todos los que estamos aquí.
Por
mi parte, aquí resistiré , que es lo único que puedo hacer.
Resistir con la esperanza de sobrevivir para poder abrazar de nuevo a
mis nietos y cuando me tenga que ir, que pueda hacerlo acompañada y
sintiendo su amor. De momento me encuentro perfectamente, aunque hace
unos días que no puedo saborear las comidas que nos dan aquí(para
ser sinceros, tampoco eran para tanto). Me comentaron que tendrían
que hacerme no sé qué prueba, seguro que no será nada…
Resistiré.